Centro Cultural de Castro, Chiloé
por Craig Franklin
corregido por Melissa Gattoni
27 de enero
El teatro era chico sin sentir apretado, porque
el techo subía para amplificar el espacio. Era mucho más cómodo, sin embargo,
que una catedral. Entramos en medias tinieblas con los jóvenes de Chiloé,
quienes conversaban, se reían, gritaban—temblando las manos como fósforos
encendidos—para llamar la atención de sus amigos, y comían sus dulces o
palomitas (que oí más que vi), mientras esperaban.
Antes de que saliera Stern, el organizador del
evento dio una introducción, agradeciendo a todos los que apoyaron el concierto
y lo hicieron posible. Las cosas típicas. Después, sin embargo, él empezó a
hablar de desastres del medio ambiente: la falta de agua, el cambio del clima,
y la cultivación en chile de árboles eucaliptos que están infectando los
bosques nativos como un virus. No niego la importancia de estos temas ni de la
conciencia de lo que pasa en el mundo, pero tales discursos tienen su propio
lugar, y este duró demasiado tiempo sin lograr nada. No ayudó que el tipo
tuviera el carisma de Piñera tampoco. Respeto a los artistas que creen en
causas nobles, y aun a mi me importan algunas, pero estas creencias merecen un
forma de expresión impactante, es decir adornadas por las imágenes de arte, que
la gente pueda sentir en la sangre, no habladas en abstracto a una inquieta
audiencia, capturada por circunstancias, quienes están esperando al artista y
la representación de su arte, que habla más claramente y con más poder que la
sencilla voz humana.
Finalmente, con su guitarra acústica, salió
Nano Stern en el escenario, ajustando el micrófono y sus botellas de agua y
vino en una manera casual con una sonrisa en la cara. Sin duda, Stern es un
músico de gran talento; mirarlo tocando la guitarra hasta el límite de sus
habilidades es mirar un mago conjurando dragones y sirenas, conejos y palomas,
viento, lluvia, y fuego. La rapidez y precisión de los dedos producen un
espectáculo bastante asombroso que merezcan esa metáfora. Sin embargo, Stern demuestra su verdadera maestría en el
control que tiene sobre la audiencia, ganándolo tan fácilmente con su
presencia, algunas palabras, un poco de música, y su risa picaresca, que no
necesita exigir la atención, solo aceptarla como un regalo. Además, Stern
organizó el progreso del concierto muy bien, variándolo con canciones de temas
y tempos diferentes, y a veces incluyendo historias informativas y entretenidas
que abarcaron desde leyendas indígenas sobre lluvia de plata hasta experiencias
con flores de cactus alucinógenas.
La voz de Nano Stern es tan clara como su
guitarra, poseyendo solo un dejo del viento que pasa entre peñascos de montaña.
De hecho, se complementan a si mismas tan bien, la voz y la guitarra, la música
y las letras, que durante el concierto pensé: acá está un artista entero sin
contradicciones, todas las partes moviéndose juntas hacia la misma dirección.
En el escenario, a Stern le falta la ironía. Mientras tocaba la música, él
bailó sin vergüenza, golpeando el suelo con el pie y alborotando el pelo, no
con barbarie, sino con una dicha sincera. Perdido en el momento, la eternidad
del presente, él no fue capaz de preocuparse de las opiniones ni las reacciones
de los espectadores; había música y no más. Aun a fuera de su trance, Stern
hablaba con la misma sinceridad; no importaba si estaba contando de dolor
personal ni bromeando, no había nada de artificio en su aspecto. Fue como si el
escenario fuera su mundo entero y la presentación su único tiempo: sin consecuencias exteriores,
él tuvo la libertad para ser tan abierto y sencillo como un desierto árabe
Creo que de esta transparencia vino la
conexión que existió entre Stern y su audiencia durante el concierto. Todo, la
música, las voces, las pasiones, los aplausos, y las risas podían pasar sin
obstrucción. En un momento, cuando Stern estuvo a punto de empezar una canción,
falló la amplificación. Después de algunos intentos, él desenchufó su guitarra
y abandonó el micrófono; a pie al límite del escenario, las luces detrás y la
cara escondida en las sombras, Stern volvió a empezar la canción. Aunque su
clara voz alcanzaba cada rincón del teatro, las de la audiencia subieron para
juntarse con la suya. Todos cantaban juntos como si hiciéramos camping, sentados
en troncos sobre un fogón mientras unas nubes separaran para revelar la luna, y
Stern, tocando su guitarra,
solo
fuera uno más.
La conclusión del concierto presentó el único
defecto de la presentación de Nano Stern. Algunas veces, él intentaba terminar,
diciendo que los límites del tiempo y su voz solo permitirían una canción más.
Después de las quejas y pedidos de la audiencia, sin embargo, él—quizá
sintiendo la conexión y en su generosidad incapaz de decepcionar a los
fanáticos—cedía y seguía tocando. El problema es que los fanáticos siempre
querrán más, después de que se aburran y salgan los espectadores casuales, se
apague la electricidad y se cierren las puertas, suba el sol y baje de nuevo,
hasta la respiración final del artista, suplicarán más. Así continuó el
concierto con conclusiones falsas, hasta que Stern terminó en la única manera
posible: juntó a la muchedumbre en una canción. Pidió que la audiencia cantara con
él la palabra ‘cantaba’, y, mientras corría entre las sillas, animó a toda la
gente que participara junta, aun el reacio viejo en el fondo; prolongó esta
parte para capturar a todos. Eventualmente, bajaron las voces hasta un rumor,
Stern paró, y, después de un momento de silencio, todo el teatro subió en
aplausos.
por Craig Franklin
corregido por Melissa Gattoni
1 comentario:
...No tuve la oportunidad de estar ahí, pero al leer la crítica me imaginé perfecto el concierto de principio a fin!
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